Así lo determina el estudio realizado por investigadores del Grupo de Estudios Ambientales del Instituto de Matemática Aplicada (UNSL-CONICET), del Departamento de Geología de la Facultad de Ciencias Físico Matemáticas y Naturales (FCFMyN), y de la Universidad de Lancaster que fue publicado en la prestigiosa revista Science.
La investigación logró identificar un profundo cambio hidrológico que viene extendiéndose desde hace 40 años por todo el continente sudamericano. Los modelos de análisis de teledetección muestran que a medida que los cultivos anuales reemplazaron la vegetación nativa y los pastos, las inundaciones se duplicaron gradualmente aumentando esta transformación hidrológica.
Los expertos advierten que, en una zona caracterizada por el empleo de una agricultura de secano, las aguas subterráneas se elevan provocando efectos positivos a corto plazo y otros negativos sobre los que se requieren implementar estrategias de remediación y adaptación. En diálogo con parte del equipo de investigación, abordamos los puntos más relevantes de un trabajo que aporta nuevo conocimiento y que contribuirá a enriquecer la comprensión de la comunidad científica sobre un fenómeno de magnitud y con implicancia sobre paisajes agrícolas.
Stock de agua y reemplazo de vegetación
En gran parte de la llanura pampeana y chaqueña argentina y de un sector importante de América Latina se lleva a cabo un tipo de agricultura en el que se emplea con exclusividad el agua de lluvia, sin intervención del riego artificial. Mientras que, en muchos países del mundo como India, China o Estados Unidos, se habla del problema de la agricultura como gran consumidora de agua y generadora de vaciamientos del agua subterránea por riego, por estas latitudes se genera un efecto opuesto, explica Esteban Jobbággy, director del Grupo de Estudios Ambientales (UNSL-CONICET), quien lleva más de 15 años estudiando cómo se vinculan los ecosistemas con el ciclo del agua.
Javier Houspanossian, especialista en procesamiento y monitoreo satelital (FCFMyN y GEA), detalla que el punto de partida fue un trabajo regional sobre zonas que en los últimos 20 a 30 años habían pasado de ser naturales a estar destinadas a la agricultura de manera exclusiva. «En esos lugares empezamos a notar por avisos de productores locales, técnicos de INTA y por mediciones nuestras también, que había ascensos freáticos y que había aumentado la superficie inundable. Comparándolo con otras regiones del mismo continente donde se concentra gran parte de la agricultura, observamos que coincide con la zona donde aparece la nueva inundación», explicó.
Un aspecto clave de la vegetación que empieza a expandirse en estos territorios, parece ser la profundidad de sus raíces. La desaparición de la vegetación natural, de los bosques nativos y pastizales y su reemplazo por cultivos como la soja o el maíz, trae aparejada la presencia de raíces más cercanas a la superficie, y, por tanto, aguas subterráneas que comienzan a emerger y hacerse visibles en el suelo. Jobbágy enfatiza que este estudio permite observar que en estas zonas «las aguas subterráneas engordan en vez de enflaquecer. Y por eso vemos lo que vemos. Esto no estaba en el radar a nivel global como un fenómeno posible. Conocerlo y mostrar la magnitud que tiene, abre los ojos respecto a las trayectorias buenas o malas que puede seguir en los paisajes agrícolas cuando se cultiva».
Un cambio hidrológico con efectos sobre la agricultura, el clima y las poblaciones rurales
El cambio hidrológico profundo del que da cuenta el estudio produce una serie de efectos positivos y negativos en la región. Por un lado, se genera un efecto compensatorio en las épocas más secas donde el cultivo puede alimentarse con mayor facilidad del agua de la napa que está más cerca de la superficie. No obstante, a medida que las inundaciones se extienden a zonas más secas con suelos más salinos y erosionables, este efecto compensatorio puede desaparecer.
Por otra parte, el anegamiento de grandes porciones de tierra y la consecuente aparición de enormes lagunas provoca- entre otras consecuencias- efectos negativos sobre la economía rural, como daños en las infraestructuras de las explotaciones lecheras y trastornos en la logística de las pequeñas ciudades agrícolas. Algunos casos extremos, permiten observar pueblos enteros con ascensos freáticos que producen deterioros y roturas de viviendas y caminos y que reducen los valores de la tierra de manera considerable.
Para los investigadores la clave para entender la hidrología de la región y sobre todo la subterránea y cómo ésta interactúa con la superficie, es fundamental medirla. Sin dudas, este trabajo aporta herramientas para poder pensar que el diseño de ciudades inteligentes requiere de una mayor interacción y diálogo entre la ciencia y los tomadores de decisión. «Empezar a estudiar nos va a servir para poder mejorar. Sin dudas que hay que aprender a medir y hacerlo con cierta frecuencia para estar atentos en qué nivel hidrológico estamos y con eso tomar decisiones de manera inteligente», sostiene Houspanossian.
Una consecuencia adicional que genera este fenómeno y que empieza a ser estudiada es la posible afectación sobre el clima. Al respecto, la investigación plantea que el clima también puede verse afectado a escala global y local por estos cambios hidrológicos. Dice Houspanossian que «es probable que el aumento del anegamiento intermitente incremente los flujos de metano y vapor de agua a la atmósfera, limitando el secuestro de materia orgánica del suelo y contribuyendo al calentamiento global. A escala regional, se ha demostrado que las inundaciones provocan nieblas más frecuentes, reducen la amplitud térmica y prolongan los periodos sin heladas, lo que afecta tanto a los ecosistemas cultivados como a los naturales».
Una investigación que aporta algunas respuestas y genera nuevos interrogantes
Las conclusiones que aporta este trabajo son fundamentales para futuras políticas de uso del suelo que apoyen la agricultura, la gestión del agua y las ciudades rurales de forma más inteligente e integrada. Pero, al mismo tiempo, contribuyen con la comunidad de expertos al demostrar que algunos procesos y fenómenos que se consideraban aislados y localizados, son parte de un proceso que es de una escala relevante y que se ha expandido a una velocidad sin precedentes a nivel global.
«El trabajo da cuenta de un proceso hidrológico, o llamémoslo eco-hidrológico. Es decir, de cómo se vinculan los ecosistemas con el ciclo del agua y los stocks de agua. Específicamente mostrando que un cambio muy rápido que tuvimos en la vegetación, con el avance de la agricultura anual, principalmente soja y maíz en las grandes llanuras pampeana y chaqueña de Argentina, fue acompañado por un incremento en la extensión y frecuencia de las inundaciones. Hay componentes aislados que mostraban este tipo de vínculo, pero nunca se había mostrado la enorme magnitud de este proceso que abarca un pedazo de continente. Un pedazo de continente, realmente», subraya Jobbágy.
En ese sentido, Jobbágy concluye que se precisa comprender que más allá de las particularidades de las lluvias y de las tendencias que genere el cambio climático, «con nuestro uso de la tierra afectamos la hidrología y probablemente llegamos a un estado hidrológico nuevo que llegó para quedarse. Tenemos que poner mucha de nuestra atención en aprender a convivir con ese estado hidrológico nuevo, aceptando aquello que no podemos cambiar y mejorando aquello que sí podemos modificar».
La pregunta que surge entonces es ¿qué se puede hacer cuando hay riesgo de inundación? Esta investigación nos acerca algunas primeras respuestas y soluciones verdes, como por ejemplo reforestar para deprimir un poco la napa, aumentar el consumo de agua o apostar a cultivos con raíces más profundas. En términos de más largo plazo, sostener en el paisaje retazos del territorio con plantas de raíces más profundas, manteniendo relictos de bosque, plantaciones forestales, pasturas, fajas de protección con plantas perennes. Estas son algunas posibles estrategias que permiten gestionar la dinámica del agua subterránea cuando se acerca a la superficie.
El trabajo puede leerse en el siguiente link de la revista Science. El equipo completo que participó de la publicación está integrado por: Javier Houspanossian; Esteban G. Jobbágy; Raúl Giménez (Departamento de Geología, FCFMyN y GEA); Juan I. Whitworth-Hulse (GEA-IMASL-CONICET-UNSL); Marcelo D. Nosetto (GEA-IMASL-CONICET-UNSL); Wlodek Tych (Lancaster Environment Centre, Lancaster University; Lancaster, UK); Peter M. Atkinson (Lancaster Environment Centre, Lancaster University; Lancaster, UK); Mariana C. Rufino (Lancaster Environment Centre, Lancaster University; Lancaster, UK. y Department of Life Science Systems, Technical University Munich, Freising, Germany).
Fuente: Unidad de Cultura Científica – FCFMyN