¿Cómo cuidar nuestra salud mental en épocas de pandemia?


A pesar del cansancio emocional que se vive a raíz de la nueva normalidad que impuso el COVID-19 a nivel mundial, es necesario seguir extremando las medidas de prevención, para ayudar a cortar la cadena de contagios. En este sentido, la Dra. Alejandra Taborda nos da su opinión profesional sobre las herramientas que podemos implementar para sobrellevar este período.

¿Desde el punto de vista psicológico existen diferencias entre la forma que afecta el COVID-19 con respecto a otras enfermedades?

Hemos notado diferencias múltiples, las mismas van transcurriendo de acuerdo a lo que fue la primera etapa en el 2020, donde no podíamos creerlo y pensábamos que en 15 o 20 días íbamos a poder dominarlo. Y, en este 2021 en el que no hay tantas esperanzas sobre su dominio, o hay muchas dudas. Muchas de las cosas que pasaron el año pasado se han ido acentuando en términos del sufrimiento psíquico. Tenemos que pensar que los/as sujetos en su constitución tienen un pasado, un presente y proyectos futuros. Este presente ha roto sus enlaces con el pasado, en el sentido de que son tantas las transformaciones, que no podemos abarcarlas. A veces los recuerdos de este pasado se tornan como tenues o poco reconocibles para ser implementados en el aquí y ahora. Esto lleva un tiempo muy pronunciado y el futuro queda como en suspenso.

Esto trae aparejado un sufrimiento psíquico, que algunos/as autores/as lo posicionan en el lugar de constituirse en situaciones traumáticas colectivas, donde lo traumático no está solo leído desde experiencias pasadas que inciden en el presente, sino que es en este mismo presente que se van suscitando.

¿En qué influyen las transformaciones sociales que ha generado la pandemia?

Los/as humanos/as hemos ido creando instituciones en las que vamos depositando nuestras necesidades de cuidado, una de ellas es la institución salud. Uno/a tenía la ilusión del siglo XX, de que la ciencia tenía un poder salvador que hasta había extendido las expectativas de vida, ahora esto se desgrana, porque la institución está tan demandada que no puede dar la suficiente respuesta.

Si pensamos en la institución escuela, la educación continuaba siendo la esperanza de inclusión social. Desde el nivel inicial hasta la Universidad se iban dando procesos de constitución subjetiva que van complejizando la mente humana, no solo por lo que implica leer o escribir, sumar o restar y toda la complejidad curricular, sino también por la convivencia con grupos hexogámicos. Convivir en la escuela, en relaciones simétricas y asimétricas, era un factor constitutivo primordial. Ahora, la escuela tiene su presencia, pero con múltiples transformaciones que tenemos que ir construyendo cómo las vamos transitando y cómo la institución se prepara para alojar o no.

La escuela trabaja desde la virtualidad y esto reduce el espesor que da el contacto corporal y la dimensión relacional que se modifica en sí misma. Gran parte de los procesos educativos y del aprendizaje pasan en las antesalas al aula: en el recreo, en las reuniones antes de entrar a las clases, en todos estos espacios en los que no tiene que ver el aula en sí misma y, a veces trasciende lo que es la escuela, en las reuniones en domicilios para estudiar, para compartir.

Esta pandemia ha exacerbado procesos de exclusión que eran precedentes: la pobreza, el maltrato. Las estadísticas dan cuenta de esto, los encierros y las circularidades que esto implica, son como agentes que abonan la posibilidad de malos humores y malos tratos. Como se restringe la visibilidad, como por ejemplo en las escuelas que eran agentes detectores esenciales de estas situaciones, por eso al restringirse estos espacios, estas situaciones se pueden potenciar.

¿Qué se ha transformado a nivel de las relaciones con nuestras personas más cercanas?

En esto hay una transformación central. En prevención hay que trabajar mucho en hablar, analizar y poner en valor todas estas transformaciones; un darnos cuenta, para que no pasen como cuestiones automáticas, sino poder compartir el sufrimiento por estos medios. Antes el acto de amor era abrazar, estar cerca y ahora el acto de amor es estar a la distancia. Por eso tenemos que pensar en los pequeños cambios.

Si uno habla con alguien, el 70% de la información que se dice, que da coincidencia con lo que decís y sentís, pasa por los gestos bucales, que quedan tapados. Esto implica un esfuerzo neurocognitivo de transformación para leer la comunicación, que habitualmente es vivido como cansancio.

Las personas están extenuadas y muchas veces no se explican por qué. Muchas veces, si vos conocés a alguien desde la virtualidad y después lo/a ves con la cara tapada, después no lo/a reconocés. Todas estas pequeñas cosas hay que ponerlas en valor, no como síntomas psicopatológicos, sino como sufrimiento psíquico. No es lo mismo estar con una enfermedad como la depresión que estar sufriendo, a veces las conductas son similares, pero en términos de salud mental hay que diferenciarlas.

¿En qué se diferencia la tristeza de la depresión?

La tristeza a veces aplaca, pero siempre hay indicios de vitalidad por continuar en un proceso de transformación. Cuando alguien no es reconocido en la tristeza, tiende a ocultarla y sobre adaptarse. Una prevención ideal es poder ser reconocido en los sentimientos genuinos y compartirlos, con los altos y bajos que esto otorga. Al principio de la pandemia lo que hubo fue un «salir a hacer constante», para que no se note que esto nos sucedía. Pero estas esperanzas fueron decayendo y hay que poder volverlas a armar.

Otro indicador es el esfuerzo y los distintos medios que vamos buscando para estar con los otros. Algo que se torna como perturbador es el quedar encerrado endogámicamente con los círculos de pactos compartidos familares. El ser humano siempre necesita transcurrir entre los grupos endogámicos y exogámicos para tener otras visiones.

¿Cómo se viven estas dificultades en las familias?

Los/as adultos a cargo de las familias sufren estos miedos y tristezas que acotan la disponibilidad. Los/as niños/as son captadores esenciales de esos sentimientos y de los propios miedos, la dimensión lúdica es una herramienta central para la elaboración del sufrimiento psíquico, pero esto está acotado, porque es el encuentro con el otro o entre pares.

Hoy, el encuentro con el otro es peligroso y esto es una encrucijada difícil de sortear en una nueva ola, en la que hay que hacer mucho esfuerzo para mantener un dejo de futuro que le dé sentido al vivir en una continuidad

¿Qué podemos hacer día a día para tener un poco de normalidad en este nuevo escenario?

Hay muchos protocolos y recomendaciones de actividades al aire libre, con el distanciamiento y medidas necesarias. Sin embargo a veces en estas actividades mucha gente no siempre respeta estas medidas. Son nuevas normalidades que tenemos que construir. En algunas etapas de la vida son más trabajosas que en otras, por ejemplo en la adolescencia, donde frente a un cuerpo que cambia, se necesita imperiosamente la mirada de un otro o de un par en estos procesos de reconocimientos. Esto es algo que se ve aplanado y es una de las causas que motiva las denegaciones que los adolescentes van haciendo sobre esta realidad. A veces la pandemia es planteada como un problema democrático de elección y no como un problema colectivo y mundial como realmente es.

Mantener las relaciones con los demás por distintos medios que permiten seguir cuidándonos es el mejor modo de prevención. A mí cuando me preguntan si las clases son sincrónicas o asincrónicas, les digo sincrónicas, porque aunque perdamos el espesor de la corporeidad estamos en un espacio de la virtualidad por el que podemos preguntar y saber que el otro está ahí.

Hay que ponerle nombre a lo que extrañamos. Hay autores que dicen que escribamos esto, que lo dibujemos, que lo representemos en documentación que quede plasmada, para verlo y poder recordar las transformaciones que hemos hecho para poder prevenir y para reconocernos en esta continuidad. Esto tiene una función de poder reconocer todo lo que tuvimos que transformarnos, qué cosas quedarán para las nuevas normalidades y qué cosas no. Conocer cuál fue el camino de transformación, hacernos historia siempre tiene una función que promueve la elaboración.

Hay muchas personas que han sentido una oportunidad de reencuentro con relaciones o que le han dado otro tinte emocional, esto también hay que ponerlo en valor. Lo que se produjo fue una desaceleración abrupta de un mundo acelerado, hay que pensar también por qué vivíamos en ese mundo acelerado y cuáles son los efectos a favor y no tan a favor de haber perdido esa aceleración.

Aunque uno/a los descubra como beneficios, uno/a tiene que saber los efectos y saber cómo estaba en la aceleración anterior.

¿Qué otras recomendaciones puede darnos para no bajar los brazos y ayudar con todo lo que sea necesario para que esta situación mejore

Tenemos que pensar cómo escuchar el dolor del otro, el propio dolor, qué esperanzas o relaciones amorosas podemos sostener con el otro, con el medio, con la naturaleza y el mundo en general y cómo potenciar la cooperación que existe en el ser humano.

Si alguien siente que no puede manejar emocionalmente estas situaciones tiene que recurrir a los agentes de salud mental sin demoras, ya que mientras más extendemos el sufrimiento y el miedo, menos posibilidades tenemos de encontrarle la vuelta. Tenemos que reflexionar en lo que puedo hacer, lo que no puedo hacer y cuándo puedo o no hacer las cosas, esto es un eje central.

Nuestro cuerpo funciona al compás de nuestra mente, si uno de los compases desafina, repercute en ambos, no hay cuerpo sano en una mente enferma, ni viceversa.

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