Es profesora de Filosofía y de Epistemología y en 2008 fue designada Profesora Emérita de la Institución. Ha formado a cientos de docentes e investigadores y es recordada por sus estudiantes por sus métodos innovadores de enseñanza. Con motivo a cumplirse los 50 años de la Universidad Nacional de San Luis (UNSL), dialogamos sobre los aspectos más importantes de su historia universitaria.
¿Cómo empezó tu historia en la enseñanza de la Filosofía y en la UNSL?
Ingresé a la Universidad con el retorno de la democracia, comenzando mi labor con los alumnos que ingresaban en el año 1984. Posteriormente me presenté al concurso de la cátedra de Introducción a la Filosofía, para las carreras de Psicología y Ciencias de la Educación, luego para las carreras de Educación Inicial y posteriormente para todos los cursos de Epistemología de posgrado (maestrías y doctorados) que se establecieron en la UNSL. Mis actividades estuvieron muy vinculadas a las tareas de docencia e investigación entre la Filosofía, Epistemología y Educación. También realizamos actividades vinculadas a la extensión, destinadas a favorecer la comunicación de estos conocimientos para los alumnos de las carreras.
Nací en Entre Ríos, estudié la carrera de Filosofía en la Universidad Nacional de La Plata (UNLP´). Fue muy importante la formación que recibí allí, por los profesores que formaban parte de la carrera y los intercambios que se pudieron establecer con referentes nacionales y del exterior. Allí hice mi carrera docente, me incorporé de muy joven como auxiliar en cátedras de introducción a la Filosofía. Esa formación fue sumamente importante, porque tenía que ver no solo con la carrera, sino con aprender a enseñar.
Con el golpe militar fuimos expulsados, algunas personas fueron detenidas, otras tuvieron la posibilidad de exiliarse y viajar a otros países, otros murieron y otros cumplimos el exilio interno, con la absoluta prohibición de acercarnos a la Universidad. Tampoco nos tomaban para poder trabajar en ninguna institución educativa. Me trasladé a Buenos Aires y allí comencé a trabajar fuera del mundo de la Universidad, lo que fue para mí una experiencia tremenda. Pasaron los años y por mi situación familiar y por razones laborales nos trasladamos a San Luis, en 1982.
Luego, el profesor Fermín Lucero me llamó y me dijo que se necesitaban profesores de Filosofía. Cuando se produce el regreso de la democracia, se hace un concurso para el ingreso. En 1984 iniciaba el año y teníamos que dar el curso de ingreso, el cual coordiné. Esto fue no solo un acontecimiento laboral, el ingresar a la Universidad y hablar de Filosofía, sino que fue algo emocionalmente muy fuerte. Dictaba los cursos acompañada de auxiliares que no habían ejercido una práctica docente, por eso tuve la doble tarea de formar esos equipos y dictar las clases. Di clases en la Escuela Normal Juan Pascual Pringles (ENJPP), en la galería, porque eran muchos alumnos. Realmente eso representó el reingreso como profesora de Filosofía a una universidad nacional.
Luego, comenzó un proceso de reorganización de la Universidad y uno de ellos fue el proceso de llamados a concursos. Todo lo que sucedió en mi vida después de 1984 tiene que ver con la Universidad Nacional de San Luis (UNSL).
¿Cuáles fueron algunos de los momentos más importantes que vivió en su formación?
Dentro de los acontecimientos más importante en mi historia en la institución destaco el Congreso Internacional de Filosofía, el Congreso de Pensamiento Latinoamericano, las Jornadas de Filosofía y Escuela, y un programa de formación para los alumnos que nos puso en la vía de la relación entre el arte y la filosofía.
Gracias a cómo funcionaba la Secretaría de Extensión Universitaria y lo que fue el taller de teatro que dirigía Alberto Luppi, pudimos hacer convenios desde nuestro proyecto y cátedras de programas de teatro y filosofía, cine y filosofía. Esa fue una experiencia maravillosa que duró muchos años. Participaban alumnos que cursaban las carreras respectivas y que eran parte de la formación filosófica en docencia e investigación a través de becas que propusimos nosotros.
Con esta intervención de enseñar Filosofía no sólo a través del programa oficial, sino del programa extra en el que podíamos brindar la formación en el pensamiento y problemáticas filosóficas, fueron puestas en escena obras de teatro, tragedias clásicas y obras de teatro contemporáneas. Esto fue maravilloso, fue una de las épocas más felices que tuve en lo vinculado a la enseñanza de la Filosofía.
Por ello deseo que se pueda recuperar y restituir la pasión universitaria, porque la Universidad no puede ser reemplazada por ninguna otra cosa, más allá de que la Institución salga y abra las puertas hacia la sociedad, a lo popular, a los saberes de otro tipo. Poder recuperar esas pasiones que tienen que ver tanto con el conocimiento como también con la vida y la cultura universitaria. Poder superar cierto individualismo que se injertó como resultado de la propia historia y los golpes que sufrió la vida universitaria y pensar en cómo se articula la vida universitaria entre docentes, nodocentes y estudiantes, que más allá de las diferencias, comparten una pasión, un desafío. Nunca hay que ser tan fundamentalista y cerrado, de pensar de que lo que uno está diciendo es para siempre.
¿Cómo puede describir a la Universidad en el retorno de la democracia?
Ser estudiante, docente y nodocente universitario en la última dictadura era peligroso, porque empezaban a circular las llamadas listas negras donde a través de denuncias o informaciones que asumían los interventores en los distintos niveles, se producían las desapariciones. Este fue el corte más tremendo que se produjo. Yo di clases en los años previos, porque después me expulsaron, pero anteriormente, teníamos un soldado armado en la puerta del aula.
Con el retorno de la democracia y mi ingreso a la UNSL, lo primero que había que atender era el ingreso de los jóvenes después de la dictadura. Se vivía una época de restauración de derechos, la Universidad tomaba un nuevo impulso y se produce un proceso y desafío de liberación de lo que había acontecido en ese período y de contar una historia que había sido silenciada. Lo que yo vi en este período fue el compromiso y el desafío de volver a lo que era la Universidad Pública argentina en todo sentido.
Cuando empecé con teatro y filosofía se puso en escena lo que pasaba en esa época con las personas, eso fue un impacto tremendo. Hacíamos la puesta en escena que la hacía Alberto Luppi junto a la gente de los que formaban los talleres de teatro de la Universidad y alumnos en formación de las cátedras y becarios. Uno de los temas fundamentales era determinar la posición de los sujetos durante la dictadura militar y lo que pasaba con la sociedad. Luego de las obras, se producía el debate, teníamos como una metodología: la presentación de la obra para generar el impacto emocional por parte de los espectadores, (mis alumnos) y luego de eso, se producía un diálogo para la producción de conocimientos, las cuestiones conceptuales, y todo lo que trataba la obra. Fue muy importante esa reconstrucción de sentidos que nos permitió recuperar esa memoria reciente y dolorosa.
Fuimos innovadores. La educación es la que puede hacer visible y develar estas cuestiones y conformar una subjetividad capaz de afrontar todas las dificultades que estamos atravesando.
¿Qué recuerdos tiene de sus épocas de docente?
Por la cantidad de alumnos, tuve que dar clases en el Comedor Universitario. Llenaba los pizarrones, escribía por todos lados. Era muy importante todo lo que escribía. Me acuerdo de las clases en el Aula Magna, aquí se hacían de las obras de teatro y las reuniones de ADU.
En el Comedor daba clases en la parte en la que comen los alumnos, porque eran 800. Recuerdo que me enojaba porque no podía caminar por el cable del micrófono. Luego, con los años se pudieron dividir las comisiones.
¿Qué implicó para usted el título de Profesora Emérita?
Nunca esperé lo del emérito. Todo lo que hice no fue con el propósito de tener los papeles o los logros, lo que hacía era importante tener una respuesta de mis alumnos, mis colegas, el diálogo, eso era muy importante. Cuando se dio esa posibilidad, estuvieron todos de acuerdo, fue una decisión unánime. En ese momento había dos (2) eméritos, Claribel Barbeza y un doctor en Matemáticas. A mí nunca se me hubiera ocurrido, mi vida pasaba por lo que hacíamos, por con quiénes estábamos y cómo hablábamos.
¿Cómo era un día de su vida como docente universitaria?
Yo tenía que leer todo, saber todo. Me tenía que asegurar de que donde no pudiera estar, tenía que haber alguien capaz de poder hacerlo, siempre con todo previsto. Eso me permitía moverme con libertad y sin culpa. Cuando mis hijos eran chicos yo no viajaba, después empecé a viajar mucho por la Argentina, a países de América Latina y a Bélgica.
Mi vida no era un corte o una ruptura entre mi casa y la Universidad. Daba clases cinco (5) veces a la semana y los sábados hacíamos reuniones de cátedra.
Pude compatibilizar todos los aspectos de mi vida, las cosas me resultaban y yo no tenía culpas. Mi casa era la sucursal de la Universidad, dirigí más de 30 tesis de licenciatura, de psicología, educación, comunicación. Los/as estudiantes venían y estábamos horas tomando mates, comiendo facturas, trabajaban con mi biblioteca, yo estaba en mi casa y estaban mis hijos jugando en el patio. Hasta cuando tuve a mis nietos, se involucraron en esos momentos.